domingo, 4 de noviembre de 2012

GLOBALIZACIÓN. PLURALISMO Y TOLERANCIA


La Teconología mundial ha ayudado  a la Globalización, digo ayudado porque al fin y al cabo somos las personas las que con ayuda de las Tecnologías (creadas por ilustres innovadores) establecemos ese tipo de relaciones mundiales. Sin nosotros nada de ello sería posible y sin el desarrollo de las Tecnologías tampoco hubiese sido posible la infinitud de posiblilidades de intercambio que se producen a nivel mundial…. Las máquinas, artilugios tecnológicos no funcionan solos, somos nosotros los que debemos tomar las decisiones, no me gusta perder esa perspectiva.

El desarrollo de la Tecnología crea un espacio nuevo, un “no lugar” que es el Ciberespacio, en donde se producen numerosas transacciones, intercambios… La Tecnología mundial hace posible el desarrollo de la Globalización, un nuevo fenómeno sociológico, la cual crea una nueva sociedad desde el punto de vista del Trabajo, Economía, dinero….hace posible nuevas posibilidades que aunque en antaño ya se intuían, recordemos por ejemplo a Nikola Tesla (1856-1943), un ingeniero, poeta e inventor yugoslavo quien ya predijo la existencia de un sistema energético de distribución mundial que permitiría conectar todas las estaciones telefónicas del mundo, la difusión mundial de información y noticias, correo y otros escritos, la reproducción y envío de fotografías e imágenes, la implantación de un sistema de difusión musical, la impresión a distancia y la implantación de un registro horario universal. Pero en tan solo medio siglo todo se ha hecho real…con sus virtualidades y sus desventajas. Por ejemplo existe una segregación por los que no están (Brecha Digital) y también porque dentro de los que están, no todos están en las mismas condiciones….Se dice que la Globalización es mejor para que avancen los países menos desarrollados, bajo mi punto de vista, este es un tema controvertido pues los países desarrollados buscan mano de obra barata de otros países menos desarrollados para retribuirles con sueldos más baratos que si contratasen a personas de su propia nación… La idea de quitar barreras entre países no es en absoluto una mala idea, pero que países se aprovechen de los que están en desventaja, no me parece justo para los menos desarrollados, pero en términos económicos quizás sea simplemente ”un buen negocio”.

Pero adentrándonos en el tema educativo que es el que nos concierne más directamente sin obviar en absoluto lo demás, considero que la Globalización abre puertas a la Educación. Puedes matricularte en escuelas, universidades de otros países que ofrecen sus servicios a través del Ciberespacio es una buena oportunidad de abrir horizontes educativos. Y ya será nuestra toma de dicisiones la que haga que nos matriculemos en un lugar u otro atendiendo a diferentes criterios. En el Ciberespacio también están apareciendo empresas para certificar los conocimientos. La Red ha abierto sus puertas a la Educación y resulta interesante conocerlas pues nos abren nuevas posibilidades de aprendizaje.

El término de Mundialización entra lo mercantil y todo lo demás, todo lo que tiene que ver con la Cultura, Costumbres, todo…nos lleva a hablar de que los sujetos comparten sus Culturas en ese no lugar o ciberespacio. Al hablar de Culturas es un buen momento para hablar de GIOVANNI SARTORI Y EL PLURALISMO





Giovanni Sartori nos habla del pluralismo: Entender el pluralismo es también entender el significado de tolerancia, consenso, disenso y conflicto. Tolerancia no es indiferencia, no presupone indiferencia. Si somos indiferentes no tenemos interés: y aquí se acaba todo. Tampoco es verdad, como se sostiene con frecuencia, que la tolerancia presuponga cierto relativismo. Está claro que si somos relativistas estamos abiertos a una multiplicidad de puntos de vista.

Pero es tolerancia (su mismo nombre lo indica) precisamente porque no implica una visión relativista. Quien tolera tiene creencias y principios, los considera verdaderos, pero al mismo tiempo permite que otros tengan el derecho de cultivar “creencias equivocadas”(…).

Por tanto, ¿qué grado de elasticidad tiene la tolerancia? Si la pregunta nos obliga a buscar un límite fijo y preestablecido, no lo encontraremos. Sin embargo, es posible establecer el grado de elasticidad de la tolerancia mediante tres criterios. El primero es que siempre debemos aportar razones de aquello que consideramos intolerable (es decir, la tolerancia excluye el dogmatismo). El segundo atañe al harm principle, al principio de no hacer daño, de no perjudicar. Resumiendo, no estamos obligados a tolerar comportamientos que nos acarrean daño o agravio. El tercer criterio está basado en la reciprocidad: al ser tolerantes hacia los demás, esperamos ser tolerados nosotros mismos.

Veamos ahora qué es consenso. El inglés nos permite distinguir entre consensus y consent, entre un estado difuso de consenso, y un consentir preciso y concreto. Es una distinción que nos sirve para precisar que el consenso en cuestión no es un aprobar de forma activa o un sostener una cosa u otra. El consenso puede ser, por tanto, una pura y simple aceptación, un concurrir generalizado y meramente pasivo. Incluso en este caso, el consenso es un compartir que, de alguna forma, relaciona. Definición que aclara la conexión entre el concepto de consenso y el de comunidad.

Nótese que incluso puede definirse la comunidad como «un compartir que, de alguna forma, relaciona». Y mi tesis debe llegar, para ser completa, a la noción de comunidad, porque ya no podemos asumir que la unidad política por excelencia sea el Estado-nación(…).

Aunque el Estado-nación sea o nos parezca aún importante, el hecho es que, en perspectiva, el Estado-nación se constituyó durante el siglo XIX, y la felix Austria, el imperio poliétnico y multinacional de los Habsburgo, se sostuvo magníficamente (por lo menos combatiendo con éxito) hasta la derrota de 1919.

El Estado-nación ha sido, por tanto, el principio organizativo unificador del Estado moderno -sólo y sobre todo en Europa- durante menos de dos siglos. Antes, y a partir de la Edad Media, las nationes eran las lenguas. La nación alemana estaba formada por aquellos que hablaban en alemán, y esto vale para todos. El Estado-nación fue concebido por el Romanticismo -la Ilustración fue cosmopolita- como una entidad que no era sólo lingüística (…)

Sea como fuere, mi punto de vista es éste: cuanto más se debilita la «comunidad nacional», tanto más debemos buscar o volver a encontrar una comunidad (…).


Pero lo que no creo es que debamos volver a lo pequeño, y que «lo pequeño sea lo mejor». Es verdad que las comunidades del pasado (la polis griega, los municipios medievales, la democracia de aldea) eran microcolectividades que actuaban cara a cara. Pero si la comunidad no está concebida como un cuerpo operativo, sino como un identity marker, como un «identificador», como un sentir común en el que nos identificamos y que nos identifica, entonces no es necesario que una comunidad sea pequeña.

De esta forma, los italianos, los franceses, los alemanes, y así sucesivamente, pueden ser concebidos como «comunidades amplias», de la misma forma que son y eran concebidos como naciones; y aunque la Comunidad Europea, o el concepto de una comunidad latinoamericana, nos sugiera la idea de «comunidades abstractas», si estas grandes agregaciones están participadas y nos proporcionan el sentido de participación, es completamente lícito considerarlas como comunidades, aunque lo sean de forma sui géneris.

Afirmo, pues, que los seres humanos viven de forma infeliz en el estado de masas solitarias, en condiciones anónimas, y, por tanto, que siempre tratan de pertenecer, de acomunarse y de identificarse en el seno de organizaciones y en organismos en los que se reconocen: para empezar, en comunidades concretas de vecindad, pero también en amplias “comunidades simbólicas” (…).

¿Hasta qué punto podemos tensar el concepto de comunidad? (...). Hablar de comunidad mundial es pura retórica, es hacer que se evapore el concepto de comunidad. Considero, por el contrario, que el animal humano se agrega en coalescencia y «está junto a» en calidad de animal social, siempre que exista un límite (móvil pero no imborrable) entre nosotros y ellos. Nosotros es nuestra identidad; ellos son su identidad diferente que determina la nuestra. Somos quienes somos en función de quienes no somos. Toda comunidad implica «clausura», un recogerse juntos que es también un cerrar hacia fuera, un excluir. Un «nosotros» que no esté circunscrito por un ellos ni siquiera puede constituirse.

Una vez aclarado esto puedo plantearme la pregunta más espinosa de todas: ¿en qué medida el pluralismo amplía y diversifica la noción de comunidad? Es decir, ¿qué relación mantienen entre sí pluralismo y comunidad? ¿Puede una comunidad sobrevivir fraccionada en subcomunidades que son, en concreto, contracomunidades que llegan a rechazar las reglas que constituyen un convivir comunitario? Al afrontar esta cuestión tan delicada tengo que recordar que la comunidad pluralista es una adquisición reciente, difícil, obviamente frágil. Una comunidad pluralista está definida por el pluralismo. Y el pluralismo tal como lo he definido presupone una disposición tolerante y, estructuralmente, asociaciones voluntarias «no impuestas», afiliaciones múltiples, y, también líneas de división, transversales y entrecruzadas.

Las comunidades del pasado -desde la polis griega hasta las comunidades puritanas- no tenían estas características, más bien lo contrario. Recuérdese además que estas características se han desplegado, hasta ahora, sólo en el mundo occidental y occidentalizado. Que es precisamente el mundo más expuesto a masivas inmigraciones del Este, y sobre todo de África y del Tercer Mundo.

Esta situación, se dirá, tiene precedentes: y cuando afirmamos esto consideramos sobre todo el caso de EE UU. Sí, el nuevo mundo es todo un mundo de «recién llegados»; la llegada de inmigrantes a EE UU fue, en determinados periodos, realmente masiva.

Entre 1845 y 1925 -ochenta años-, unos 50 millones de personas atravesaron el Atlántico; y en los años 1900-1923 fueron 10 millones los inmigrantes. Pero estos recién llegados encontraban, en el nuevo mundo, un espacio vacío inmenso, buscaban y deseaban una nueva patria, y les hacía felices convertirse en norteamericanos: para estos 50 millones de inmigrantes antes mencionados, el melting pot funcionó muy bien. Sin embargo, el viejo mundo es desde hace mucho tiempo un mundo sin espacios vacíos y un mundo de relativamente pocos «recién llegados». Y, por tanto, el precedente norteamericano no nos ayuda a afrontar el problema. Los europeos (occidentales) están preocupados, se sienten invadidos y están reaccionando.

¿Racismo? Es la acusación fácil que utiliza el que quiere ser siempre «políticamente correcto». Pero la acusación es superficial, generaliza demasiado, y corre riesgo de ser contraproducente. Quien es acusado de racista sin serlo se enfurece, y quizá termina por serlo de verdad. No debemos generalizar, sino precisar. El espectro de las reacciones frente a los recién llegados es variado y complejo. Para algunos -muchos-, la reacción es una defensa del puesto de trabajo y del salario. Para otros es xeno-miedo, un sentirse inseguros y potencialmente amenazados. Para otros, sin embargo, se trata de una reacción de rechazo (xenofobia). Y es sólo a partir de este punto en donde nos encontramos con el racismo. Pero incluso cuando el fenómeno es realmente un fenómeno de xenofobia y/o racismo, encontramos que estas reacciones no comprenden todos los aspectos. Se ofrece «resistencia» a los inmigrantes del Este desde el punto de vista económico, no racial. La xenofobia se concentra, sin embargo, en los inmigrantes africanos y musulmanes. En el primer caso con frecuencia es racial (no gusta una raza negra); pero en el segundo caso es, sobre todo, cultural.

Y éste es el verdadero meollo del problema. Hasta que no se llega al último caso, la controversia es principalmente de graduación: cuántos inmigrantes pueden ser absorbidos y en cuánto tiempo. Pero en el caso de los grupos movilizados o movilizables por el integrismo islámico, el problema es otro. Y se debe plantear de forma descarnada.

La pregunta es: ¿hasta qué punto una tolerancia pluralista se debe doblegar no sólo a «extranjeros culturales», sino también a abiertos y agresivos «enemigos culturales»?

En resumen, ¿el pluralismo puede aceptar, llegar incluso a aceptar, el propio resquebrajamiento, la ruptura de la comunidad pluralista? Es una pregunta semejante a la que en la teoría de la democracia se formula así: ¿debe consentir una democracia la propia destrucción democrática? Es decir, ¿debe consentir que sus ciudadanos voten a favor de un dictador?

Es una fórmula de increíble superficialidad sostener que una diversidad cada vez mayor, y por tanto radical y radicalizadora, es por definición un «enriquecimiento». Mi tesis es, por el contrario, que existe un punto a partir del cual el pluralismo no puede y no debe ir más allá; y que el criterio, en la difícil navegación que he ido describiendo, es esencialmente el de la reciprocidad. Pluralismo es, efectivamente, vivir juntos en la diferencia y con las diferencias; pero lo es -insisto- en contrapartida, respetándose.

Entrar en una comunidad pluralista es, a la vez, un adquirir y un conceder. Los extranjeros que no están dispuestos a conceder nada a cambio de lo que obtienen, que se proponen permanecer «extraños» a la comunidad en la que entran hasta el punto de poner en entredicho, por lo menos en parte, esos mismos principios, son extranjeros que inevitablemente suscitan reacciones de rechazo, de miedo y de hostilidad. El refrán inglés dice que la comida gratis no existe. ¿Debe y puede existir una ciudadanía gratuita, concedida a cambio de nada? En mi opinión, no.


Como dice María del Carmen Ainaga Vargas de la Universidad Veracruzana Giovanni Sartori, en su obra La sociedad multiétnica. Pluralismo, multiculturalismo y extranjeros cuestiona el multiculturalismo como proyecto ideológico. Y, a partir de esa crítica, aboga por una política de inmigración que sepa distinguir entre aquellos extranjeros susceptibles de integrarse en la sociedad receptora y aquellos otros para los que las diferencias religiosas o étnicas se erigen en "extrañezas radicales" (pág. 108).
La primera parte de la obra, la más extensa,  es como afirma el propio autor, una teoría de la buena sociedad. Examina el origen de la idea de pluralismo y el significado de la tolerancia. Según Sartori, el concepto de  pluralismo queda desprovisto de valor si por éste se entiende el mero hecho de "ser plurales". Todas las sociedades serían de alguna manera pluralistas en la medida en que  no conforman un todo indiferenciado, sino que están compuestas por grupos, comunidades y culturas diversas.
De ahí el esfuerzo por repensar el pluralismo, por definir los valores que afirma y por hacer explícitos los rasgos  que les son propios. En esa empresa procede cotejando el concepto con las ideas de tolerancia, consenso, respeto, afirmación de la diversidad, disenso y conflicto, entre otras. 
También distingue los niveles de análisis actitudinal, social y político. Concibe las comunidades pluralistas como entidades que  combinan una disposición tolerante con la existencia de asociaciones voluntarias y afiliaciones múltiples. De acuerdo con ello, uno de sus rasgos distintivos consiste en que, por lo general, las identidades lingüística, étnica o religiosa no se superponen, sino que se  agregan conforme a líneas de división"transversales y cruzadas" (pág. 50).

Es esta tensión entre aprecio de la diversidad y freno de la heterogeneidad lo que separa a pluralismo y multiculturalismo: mientras que el primero "se manifiesta como una sociedad abierta muy enriquecida por pertenencias múltiples", el segundo "significa el desmembramiento de la comunidad pluralista en subgrupos de comunidades cerradas y homogéneas" (pág. 127).
                                               
Una de las tesis centrales de Giovanni Sartori es que la sociedad pluralista no puede acoger sin desintegrarse a los extranjeros que la rechazan, y en particular a los que cabe concebir como "enemigos culturales" de la misma (pág. 54). 
La segunda parte,  se apoya en el análisis conceptual previo para proponer una política de inmigración restrictiva: tan preocupada por limitar el número de extranjeros asentados en Europa, como por restringir el acceso de los colectivos que a priori guarden mayor distancia cultural con la población europea. Introduce así una figura que incide ya directamente en la espinosa situación de la inmigración: el contraciudadano que rechaza los principios de la sociedad que le acoge mientras se beneficia de las  ventajas que le ofrece esa misma sociedad.
 
Desde el punto de vista de Sartori, una sociedad multiétnica, que aspira a diferenciar entre ciudadanos según características étnicas, raciales, religiosas o cualquier otra que éstos no puedan controlar, va en contra de la sociedad pluralista y debe, por tanto, ser rechazada.

De ahí nace la oposición que plantea, en la práctica, entre pluralismo y multiculturalismo. 
Pero estrictamente, lo que rechaza con total claridad es la ciudadanía diferenciada, aquella en la que a ciertos ciudadanos se les permiten ciertas cosas por pertenecer a ciertos grupos que no se les permiten a otros ciudadanos de grupos distintos. Lo que indica que no todos los inmigrantes son iguales, que convertirse en ciudadanos no es limitarse a ver reconocida la ciudadanía. Por tanto, la inmigración no puede tratarse con soluciones fáciles, sino que es un problema complejo que requiere mucha reflexión y soluciones igualmente complejas. 

Giovanni Sartori muestra que los problemas a los que se enfrenta una sociedad que recibe un gran flujo migratorio son muchos, variados y complejos, y que las soluciones, más allá de ideales utópicos, deberán estar a la altura de las circunstancias. Defiende la integración, pero que ésta implique una reciprocidad y una mínima aceptación por parte del integrado. Concluye el autor en que “el pluralismo no se reconoce en unos descendientes multiculturalistas sino en todo caso en el interculturalismo” (Pag 128).


CONOZCAMOS UN POCO MÁS A GIOVANNI SARTORI…



Desde la página Web de la Fundación Príncipe de Asturias se puede ver un discurso muy interesante de Giovanni Sartori, Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 2005, durante la ceremonia de entrega de los galardones, en el Teatro Campoamor de Oviedo.

Giovanni Sartori entre uno de los interesantes temas de los que habla en dicho discurso es sobre la cuestión de la Integración.La Integración no es entendida como Asimilación. La integración necesaria y suficiente es tan sólo la adhesión a los principios ético-políticos de la Democracia como sistema político.El factor que hace casi impermeable una identidad Cultural es el Factor Religioso, más concretamente,el monoteísmo, la Fe en un Dios único, que por eso mismo es el único Dios verdadero. Este monoteísmo puede ser neutralizado y detenido como sistema de domino teocrático por la rebelión de una sociedad laica que separe la Religión de la Política. Esta separación se produjo en el mundo cristiano a partir del Siglo XVII pero no ha ocurrido en el Islam, que era y sigue siendo culturalmente un sistema teocrático que todo lo abarca, todo mezclado, así pues ¿Voluntad del Pueblo o Voluntad de Dios? Mientras prevalece la Voluntad de Dios la Democracia no penetra ni en términos de exportación territorialmente ni en términos de interiorización donde quiera que el creyente se encuentre.

Giovanni Sartori nació en Florencia (Italia) en 1924. Se licenció en Ciencias Sociales en la Universidad de Florencia en 1946. Ha impartido clases de Filosofía Moderna, Lógica y Doctrina del Estado en las universidades estadounidenses de Stanford, Yale, Harvard, así como en el Instituto Universitario Europeo (Florencia). Es profesor emérito de la Universidad de Florencia, centro actual de la ciencia política italiana y uno de los referentes de la ciencia política mundial, y ocupa la cátedra Albert Schweitzer en Humanidades en la Universidad de Columbia (Nueva York). En 1971 fundó la Revista Italiana de Ciencia Política, que actualmente dirige en compañía de Mauricio Ferrera.
Autor traducido a más de treinta idiomas, entre sus obras destacan Ingeniería constitucional comparada (1994), ¿Qué es la democracia? (1997) y Homo Videns: la sociedad teledirigida (1998), donde reflexiona sobre el peligro individual y social de la televisión. En 2001 publicó La sociedad multiétnica. Pluralismo, multiculturalismo y extranjeros. De sus primeras obras, algunas consideradas clásicos, se pueden citar Political development and political engineering (1968), Partiti e sistemme di partito (1976) -por el que recibió el Outstanding Book Award de la Asociación Americana de Ciencia Política-, The influence of electoral systems: Faulty laws or faulty method (1986) y The theory of democracy revisited (1987), entre otros.
Miembro de la Academia Nazionale dei Lincei, desde 1988, es vicepresidente de la Societá Libera, destinada al estudio y promoción de los ideales liberales en la sociedad. Además, es doctor honoris causa por las universidades de Génova (Italia), Georgetown (Washington), de Guadalajara (México), de Buenos Aires, (Argentina), Complutense (Madrid) y Bucarest (Rumania). Colabora habitualmente como editorialista en el Corriere della Sera. Precisamente, uno de sus artículos publicados en este diario, La televisión, un monopolio y dos sombreros, le hizo merecedor en 2004 del premio de periodismo Manuel Ibáñez Escofet, que otorga la Fundació Catalunya Oberta. Ha recibido la Medalla de Oro al Mérito Cultural y Educativo de Italia, Medalla de Oro de la Instrucción Pública al Mérito de la Escuela, la Cultura y el Arte y es socio de la Academia Americana de las Artes y las Ciencias. Es Comendador de la Ordem do Cruceiro do Sul de Brasil.


FUENTES


http://elpais.com/diario/1998/03/08/opinion/889311603_850215.html
http://letrasjuridicas.com/Volumenes/7/ainaga7r.pdf
http://www.fpa.es/es/2005-giovanni-sartori.html?texto=trayectoria&especifica=0
http://www.fpa.es/multimedia-es/videos/giovanni-sartori-premio-principe-de-asturias-de-ciencias-sociales-200532.html

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